Perder el sentido, perder el control, perder el color, todas estas son cosas que no nos afectan hasta que el daño está hecho. La cultura de prevención en nosotros es tan sorprendente como el echar un sombrero a volar y que caiga de Roma en Madrid, no sucede muy seguido. Vamos pues siguiendo las cosas a nuestro ritmo, andar hasta que el cansancio grite por agotamiento, trotar y correr, galopar y volar.
Pero lo que realmente se lleva las palmas es el caminar con los ojos cerrados. Confiar a ciencia ciega en los instintos primarios, volver a explotar los sentidos, echar a andar la imaginación por primera vez más rápido que nuestros pasos. Olvidar esa linea que seguimos por nuestro momento de inspiración al andar, y seguir hasta perder el sentido de orientación y al estar pisando a donde nuestro instinto nos llevo, abrir los ojos y ver la linea de nuevo, y descubrir que no es el mismo camino, pero este no esta del todo mal, porque es el nuestro, que nosotros descubrimos y pisamos, y nos pertenece. Sin importar el tiempo que duremos con esa paz no visual y solo instintiva, perturbadora, si, pero a fin de cuentas con el piso a nuestros pies, y el aire de frente en el rostro, que más se puede pedir para seguir?